en estos momentos en el español novohispano, y más específicamente en este ámbito de la 
realidad. Tales conclusiones son las que se exponen brevemente a continuación. 
  Así, es importante mencionar en primer lugar que los datos del corpus confirman la 
idea, expuesta ya en trabajos previos (Company, 2007; Ramírez Luengo, 2011, en prensa), 
de que los procesos de dialectalización que dan como resultado la aparición de una variedad 
del español característica del Altiplano Central mexicano han tenido lugar ya en la Centuria 
Ilustrada, pues en el texto se detecta una serie de fenómenos propios de tal español en el nivel 
morfosintáctico y muy especialmente en el léxico, donde el empleo de las cuatro estrategias 
básicas de americanización (Ramírez Luengo, 2021) −esto es, la creación (amelcochado, 
pipián,  martajar),  la  prelación  (ajonjolí,  chícharo,  durazno),  la  modificación  (bobo, 
panocha, tortilla, vinagre de Castilla) y la incorporación (chicha, guayaba, papa, zopote)− 
sin duda se ve favorecido por el hecho de que la obra estudiada se dedique a un ámbito 
culturalmente  tan  marcado  y  tan  imbricado  con  la  realidad  del  territorio  como  es  la 
gastronomía. Por lo que se refiere a tales estrategias, resulta especialmente destacable la 
presencia reiterada en el texto de la incorporación, que conlleva el empleo de una elevada 
cantidad de voces de origen amerindio −un total de 50− y que se puede entender como el 
reflejo lingüístico de la indudable trascendencia que tienen, para la conformación de una 
cultura culinaria mestiza como es la mexicana, los aportes de los diversos pueblos autóctonos 
con los que interactúan los emigrados europeos. 
  Pasando  ya  al  análisis  lexicológico  de  los  vocablos  mencionados,  es  interesante 
señalar en primer lugar su concentración en ciertas esferas específicas de la realidad como, 
por ejemplo, la flora, los productos manufacturados y los enseres y utensilios; por supuesto, 
tales resultados no son en modo alguno casuales, sino que guardan una estrecha relación con 
la propia conformación histórica de la gastronomía mexicana, y más concretamente con la 
contribución indígena a ella, a la que incorporan numerosos platos y vegetales propios del 
Nuevo  Mundo  −y  no  tanto  animales,  de  ahí  la  escasa  presencia  de  la  fauna  entre  los 
indigenismos del corpus−, así como una serie de herramientas necesarias para su preparación. 
Por  lo  que  se  refiere  a  los  orígenes  etimológicos  de  las  voces  amerindias,  el  recetario 
estudiado arroja una vez más unos datos poco sorprendentes, con un claro predominio del 
náhuatl y una presencia más limitada o puramente testimonial de otros sistemas lingüísticos